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  • Foto del escritorEnrique Javier Benítez

Siguiente paso: la Inteligencia Artificial Emocional (IEA)

Actualizado: 26 feb

La Inteligencia Artificial es, sin duda, una tecnología en plena expansión, pero en realidad no tengo tan claro si sigue necesitando el calificativo de “nueva”. No es tan nueva tecnología. En realidad, lleva desarrollándose: al menos desde 1956, según cuenta el Dr. Esteban García-Cuesta en su artículo “Inteligencia artificial: presente y futuro”, en la colección de artículos STEAM Essentials de la Universidad Europea. Es decir, la inteligencia artificial lleva desarrollándose casi el mismo tiempo que los ordenadores. ¿Alguien llama “nueva tecnología” a la computación? Me temo que no.


Lo que sí que ocurre con la IA es que cada vez está presente en más entornos, cada vez utilizamos más sus técnicas para más procesos. Navegadores que calculan la ruta más rápida teniendo en cuenta el tráfico actual, altavoces inteligentes, recomendadores de servicios o de productos, asistentes personales que reservan huecos de tu agenda para “concentración”, etcétera. Ahora, la IA está presente en casi todas partes y, en los entornos donde no está, es porque aún no ha llegado, pero ya está en camino.


Todos los artículos sobre la historia de la IA coinciden en una cosa: el objetivo de la IA en sus comienzos era simular la inteligencia humana, así que su desarrollo está muy ligado a lo que realmente conocemos sobre ese concepto, el concepto de inteligencia.


“Doctores tiene la iglesia”, así que dejo a las personas expertas que nos expliquen, si quisieran hacer el favor, en los comentarios, el estado actual de la cuestión sobre “qué es la inteligencia” y, sobre todo, qué aún no sabemos pero sospechamos sobre ella. Quizás ahí encontremos los próximos caminos de desarrollo de la propia IA.


Una cosa que sí sabemos sobre la inteligencia, sin ninguna duda, es que es diversa. Existe la inteligencia en múltiples formas. Ya no es, como se creía hace no mucho tiempo, patrimonio exclusivo de “la mente”, la filosofía y las matemáticas. Hay inteligencia en el movimiento (inteligencia kinesética), en la música (inteligencia musical) y resto de las artes. También en las emociones: la inteligencia emocional.


La inteligencia emocional nos permite comprender las emociones, propias y ajenas, y manejarlas correctamente. Incluso, con entrenamiento (ya sea consciente o inconsciente), una persona emocionalmente inteligente, es decir, con un alto grado de desarrollo de la inteligencia emocional, es capaz de provocar (y provocarse) determinadas emociones de forma consciente. La inteligencia emocional cuenta con la empatía emocional como vehículo de transmisión de emociones.


Photo by Tengyart on Unsplash

Pues bien, si la inteligencia artificial pretende emular la inteligencia natural de los seres humanos, lógico es que queramos desarrollar una Inteligencia Emocional Artificial (IEA).


El término IEA tiene gancho, pero ¿qué es? ¿Cómo lo definiríamos? ¿Existe algo similar o es pura ciencia ficción “de momento”? ¿Existirá en el futuro o es una quimera?


IEA DÉBIL Y FUERTE: PRESENTE Y FUTURO


Sabemos clasificar a la IA en dos tipos: la IA débil y la IA fuerte. La IA débil existe en la actualidad. Consiste en utilizar las técnicas desarrolladas en la IA para resolver problemas complejos, pero conocidos previamente. Es decir, un programa de IA que ayuda en el diagnóstico de enfermedades, como la detección de COVID analizando radiografías de pulmón, o un altavoz inteligente que analiza las órdenes verbales para ejecutarlas.


La IA fuerte consistiría en programas de IA que deciden, de forma autónoma, qué problemas van a resolver y luego, lo resuelven de nuevo eligiendo autónomamente las técnicas y los algoritmos más apropiados “según su criterio”. Es decir, la IA fuerte se comportaría como una persona humana en muchos aspectos, discriminando de sus datos de entrada lo que le interesa en un momento determinado y utilizándolos para lo que estime oportunos.


Esta IA fuerte aún no existe y, al menos yo, no soy capaz de aventurar una fecha para su “primer lanzamiento”. Lo que sí que sabemos es que se están dando pasos decididos en esa dirección. Puede que sea la línea del horizonte, inalcanzable nunca porque se aleja según nos acercamos, pero sí que sirve para marcar el avance de la IA. Intentar alcanzar la IA fuerte es el motor que permite hacer crecer a la IA débil y explorar cada vez más escenarios.


Pues bien, de la misma forma podemos definir la IEA fuerte y la IEA débil.


La IEA débil (IEAD) sería entonces aquellos desarrollos basados en IA capaces de identificar emociones humanas entre sus datos de entrada y, puede, que usarlos para proponer o realizar nuevas acciones. Esta IEAD sí que existe ya y crece por momentos. Prueba de ello es el congreso Emotion AI organizado hasta el 2019 en el MIT (el 2020 fue suspendido por la pandemia). Hay muchos ejemplos concretos en entornos de investigación (análisis de interacciones de un usuario en redes sociales o foros para detectar su estado anímico; avatares gráficos que simulan emociones con sus gestos, diversos tonos de voz para altavoces inteligentes o en chatbots) y en la prensa aparecen de vez en cuando situaciones en las que se usa para cometer delitos o crear fake news (suplantación de voces para ordenar transferencias de dinero; vídeos trucados que simulan personas famosas hablando, etc.). De momento, aplicaciones de uso común que usen claramente IEA hay pocas, pero parece que proliferarán pronto, seguramente durante los primeros años de esta década del 2020.


La IEA fuerte (IEAF) es otra cosa. Creo que confiar que pronto aparezca una IEA (montada sobre un androide o en un servidor en la nube) que nos ayude a prevenir los suicidios, las bajas laborales por causas emocionales, a tratar la depresión, es posible. Pero esperar que exista una IEAF que decida autónomamente qué emoción “sentir” y comportarse en su relación consigo misma y con el medio que la rodea, incluyendo su relación con los seres humanos, es todavía muy aventurado. No digo que no sea posible; lo que digo es que la moneda de su existencia está todavía volando y no sabemos si caerá de cara (existirá) o de cruz (se quedará en el campo de la ciencia ficción).


NUEVAS DIRECCIONES


Pero, de nuevo con el símil del horizonte, los pasos que demos en esa dirección, si los damos bien, con responsabilidad y bajo el timón de fuertes principios éticos, harán avanzar el estado del bienestar hacia adelante. Si, por el contrario, miramos para otro lado o cerramos los ojos, negando esa posibilidad y sin hacer nada al respecto, corremos un fuerte peligro.


La comprensión de nuestras emociones y su análisis formal que permita desarrollas la IEA como herramienta, facilitará, y mucho, las posibilidades de inclusión de cada vez más personas y colectivos.

De hecho, para muchas personas con una forma distinta de aprender (discapacidad cognitiva), con formas diferentes de relacionarse con los demás (como las personas enmarcadas dentro del espectro autista), o personas mayores, muy mayores, la IEA podría ser una mejor opción para formar parte de una sociedad con una fuerte tendencia a la estandarización en todo.



Juan José Escribano Otero es Profesor titular de la Universidad Europea. Miembro de AENUI (Asociación de Enseñantes Universitarios de Informática) y director del Área IAI (Inteligencia Artificial Inclusiva) de OdiseIA.

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